8 de abril de 2020
Me hago una pregunta…¿Qué pasaría en nuestras organizaciones si las personas, cada vez que existiera algún cambio o novedad en el mercado, en la manera de hacer de la empresa, en los clientes, en la competencia, lo vieran como una bendición y no como una maldición bíblica?
¿Qué ocurriría si transformaran cualquier circunstancia incluso a priori adversa, en una oportunidad?
Qué chollo tendríamos, ¿verdad?
No digo que esto se pueda conseguir de la noche a la mañana pero sí que es asequible, y de hecho hoy, y más con lo que estamos viviendo, no tenemos otra opción. Porque sencillamente la alternativa es el drama, el victimismo y el miedo. Y creo que eso no nos lo podemos permitir.
“Cuando soplan vientos de crisis, la mayoría de la gente corre a refugiarse. Sólo unos pocos construyen molinos de viento y se hacen ricos”.
Esta frase me impactó muchísimo cuando la escuché por primera vez. Así que si esto es tan obvio y beneficioso, ¿por qué cuesta tanto que los humanos lo incorporemos en nuestro adn?
En la respuesta no voy a descubrir América y tú ya sabes que evolutivamente nuestro cerebro reacciona ante lo nuevo como una amenaza, simplemente porque lo nuevo no es tan controlable como lo conocido.
Por eso, el único cambio que conozco que es bien recibido es que nos toque el gordo.
En tiempos de virus, estamos pasando del miedo a la enfermedad al pavor a la incertidumbre post pandemia, sobre todo en el ámbito económico. Y en el mundo empresarial ahora más que nunca es estratégico que dirijamos nuestra mirada, la de nuestra gente y la de nuestros equipos hacia las oportunidades que se abren.
¿Un gran freno?
El fortísimo grado de apego que tiene ese adulto que todos llevamos dentro a “lo malo conocido”.
Así que propongo dos preguntas para ir cambiando esto:
Decía mi maestra Joaquina Fernández cuando nos veía achantados totalmente ante ciertas propuestas de evolución personal que nos proponía en los cursos: “¿Cuándo os vais a empezar a fijar en lo que ganáis con el cambio, y no en lo que perdéis?”
Y como también comentaba, para pasar al siguiente nivel no hay que hacer cosas nuevas, sino dejar de hacer cosas viejas. Así que una pregunta que debería plantearme yo, deberías plantearte tú, debería plantearse la gente de tu equipo, debería plantearse tu equipo en conjunto, debería plantearse tu departamento si lo tienes y debería plantearse tu compañía es:
¿Qué 3 cosas debemos dejar de hacer/pensar pero ya?
Actualmente es muy fácil entrar en el discurso del drama. Las cifras están ahí y las tragedias personales también.
Pero si seguimos por ejemplo una saludable dieta hipoinformativa (y por si no queda claro se trata de dejar de ver noticias compulsivamente, estar conectados a 100 grupos de whatsapp y a 5 o 6 redes sociales horas y horas del día, con nuestro foco en el sonido mortal de las notificaciones) vamos a liberar mucho tiempo y sobre todo vamos a poder cambiar y llevar nuestra mirada a la gran pregunta que nos debemos hacer hoy:
¿Cómo podemos convertir lo que está pasando y lo que va a pasar en una oportunidad?
(Doy por supuesto que cuando hablamos de oportunidad se refiere sobre todo en como servir y contribuir al mundo y a la gente a través de tu labor y la de tu empresa y de la aportación de valor para ello.
Si no tienes claro que estamos en el mundo para servir a otros y que tu empresa tiene que tener incorporado eso en sus valores “de verdad” todo lo que he escrito no te vale de nada, y de hecho, te invito a que no sigas leyendo. Porque no pretendo que esto aliente a nadie a “pillar tajada” o “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Este mensaje está dirigido a personas y empresas con principios. No es nada personal…)
Creo que otra estupenda estrategia de comunicación para facilitar este “cambio de mirada” en las personas pasa COMO PRIORIDAD ABSOLUTA por cambiar lo único que cada uno podemos cambiar con garantías:
Las historias que nos contamos
Estamos 14 horas de vigilia al meno, contándonos cosas a través de nuestros pensamientos. Pero… ¿qué nos decimos tantas horas? Me temo que no sabemos contestar porque en realidad, ese “storytelling” incesante es un automatismo al cual estamos ajenos.
Como cambia el cuento cuando se pasa de decir: “he cometido este error” a “he aprendido esto” (una de las piedras angulares del intraemprendimiento)
Así que me da que las empresas tienen que asumir ya que una de las revoluciones estratégicas pendientes es entrenar a su gente en convertirse en contadores de nuevas historias basadas en llevar su mirada a la oportunidad.
Es un gran reto, pero el retorno de la inversión será ¡brutal!.
Porque tengo claro que nuestro diálogo interior marca la vida que vivimos, y sobre todo como la vivimos.
Pensamiento – Emoción – Energía – Decisiones – Resultado
Que bien hubiera estado que hubiéramos tenido la asignatura “gestión inteligente del diálogo interior” en el cole. Pero como no fue así, me temo que nos toca desaprender como adultos y reeducar nuestros pensamientos, que han vivido asilvestrados tantos años.
Las historias que me cuento marcan la diferencia en una dirección u otra. O tomamos en cuenta este factor, o no podremos pedir peras al olmo y deberemos conformarnos con un vacío voluntarismo sin transformación interior.
Las empresas tenemos una gran responsabilidad hoy, y seremos la punta de lanza de un mundo distinto, el mundo que llega después de lo que estamos viviendo.
“Las crisis existen solo para aquellos que no se adaptan a las nuevas reglas de juego”
Y para adaptarse, hace falta cambiar el discurso que me cuento ( no es por nada).
Toca prepararse para ello, para contribuir, aportar valor, evolucionar y tener prosperidad.
Así que… ¿te apuntas al club de los Inner Speakers, ese grupo de personas que cambiamos primero por dentro para poder cambiar por fuera? (seguro que además, es divertido)
Pd: recuerda hacer tu lista de tres cosas que tienes que dejar de hacer o pensar ¡ya! Y ponte a dieta hipoinformativa… y me cuentas.
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