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Más mujeres para el contexto PostCovid19

19 de mayo de 2020

 

A estas alturas los principales organismos multilaterales, las instituciones europeas y thinks tanks de todos los países ya se han pronunciado respecto al desproporcionado impacto que la pandemia mundial del Covid19 está teniendo sobre las mujeres. Estamos viviendo colectivamente una experiencia para la que el recurrente término VUCA se ha quedado corto. Este entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo es mucho más acentuado para las mujeres por muchas razones.

Según el informe La perspectiva de género, esencial en la respuesta a la COVID-19, del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades:

  • Las mujeres representan el 70% del personal sanitario en todo el mundo y son mayoría en sectores del comercio de alimentación y de los servicios de limpieza hospitalaria y de residencias, que son esenciales para el manteni­miento de las poblaciones. En España, de acuerdo con los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) las mujeres representan el 66% del personal sanitario, llegando al 84% en el caso de las enfermeras.
  • Las mujeres siguen realizando la mayor parte del trabajo doméstico y cuidado de personas dependientes, remunerado y no remunerado, asumiendo tam­bién una mayor carga mental derivada del mismo. En el ámbito doméstico el 70% de las tareas de cuidado recae en las mujeres. A las dificultades habituales de conciliación y falta de corresponsa­bilidad debe sumarse el cierre de los centros educativos, el teletrabajo y el confinamiento de la población en sus domicilios, provocando una sobrecarga de trabajo si no se ponen en marcha mecanismos de corres­ponsabilidad desde todos los ámbitos.
  • Las mujeres sufren mayor precariedad y pobreza laboral, lo cual las sitúa en un peor lugar para afrontar un nuevo periodo de crisis (especialmente mujeres jóvenes, mujeres con baja cualificación y mujeres migrantes). Además algunos de los sectores más afectados, como el comercio, turismo y hostelería, están altamente feminizados.

En contraposición, y según publicaba la revista FORBES el pasado 13 de abril, lo que tienen en común los países que mejor están respondiendo al coronavirus es que están gobernados por mujeres. La autora del artículo, Avivah Wittenberg-Cox, afirma que las líderes de países como Alemania, Nueva Zelanda, Finlandia, Dinamarca o Taiwán, «nos están mostrando una forma alternativa y atractiva de ejercer el poder« y que «esta pandemia revela que las mujeres tienen lo que se necesita cuando las cosas se complican«.

A falta de estudios más exhaustivos sobre el tema, y de que podamos contar con la suficiente distancia temporal y epistemológica para hacer una valoración más definitiva, estas conclusiones no deberían extrañar. Entidades como el Foro Económico Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Internacional del Trabajo, y empresas como ACCENTURE, PwC o IBM, por mencionar unas pocas, vienen publicando desde hace años informes según los cuales las organizaciones con mayor presencia de mujeres en sus órganos de gobierno obtienen mayor rendimiento económico, cuentan con equipos más motivados e innovadores, tienen menor probabilidad de sufrir crisis reputacionales y dedican mayor inversión a los ámbitos de la salud y la educación, y a proyectos de impacto social.

Estas cuestiones no son un motivo de confrontación entre géneros, todo lo contrario. Son una oportunidad de toma de conciencia para comprender, no sólo con la mente, sino también, y sobre todo, con el corazón, que la aportación de las mujeres al engranaje social es fundamental. El rol femenino siempre ha implicado una contribución determinante en los trabajos de cuidados dentro del hogar, en lo que se conoce como “doble jornada”. Esta ingente cantidad de tiempo y trabajo no remunerado, que queda fuera del PIB, merece su justo reconocimiento, y que se entienda y se perciba que la implicación de las mujeres en el ámbito de los afectos y de lo emocional es lo que ha mantenido a las comunidades, a lo largo de la historia, cohesionadas y fuertes.

Ahora es el momento de que irrumpan con fuerza las “nuevas masculinidades” y de que dejemos atrás las rigideces e inercias históricas de heteropatriarcado y pautas limitantes. Reclamar la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, en el contexto postcovid19, tiene más sentido que nunca. Y no se puede llegar a la paridad en los niveles más altos de toma de decisiones sin que antes se hayan operado cambios profundos en el ámbito doméstico y en la educación de nuestros niños y niñas.

Como conclusión, desde mi punto de vista, los pilares de una estrategia vital en estos momentos pasarían por una sanación personal y planetaria (telúricamente interconectadas), una reflexión profunda y el aprovechamiento más que nunca de nuestros talentos naturales y de los dones con los que nacemos para contribuir al bienestar de la sociedad. Se ha abusado muchísimo del término disrupción y ahora sabemos, de manera trágica, lo que de verdad significa. Exploremos a fondo esta ruptura para iniciar nuestro particular “camino a Damasco” entendiendo, esta vez sí, que los valores de igualdad, diversidad, inclusión, solidaridad y sostenibilidad son los únicos que nos pueden llevar a una transformación donde todas las oportunidades, para todas las personas, sean justamente distribuidas y aprovechadas, sin dejar a nadie atrás. No sólo es que nos lo merezcamos como sociedad, es que se trata de una cuestión de supervivencia.

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