28 de enero de 2021
Permitidme un desahogo: a veces, muchas veces, me aburren los temas de la mujer. Pienso en tantas de las nuestras, oprimidas por culturas terribles y en ocasiones gracias a otras mujeres alienadas por esas mismas culturas. No las tenemos tan lejos. Han llegado a nuestras calles europeas, a nuestros barrios. La prensa, por aquello de lo políticamente correcto, oculta los orígenes de las martirizadas por la violencia de género o por la prostitución inducida por el vudú, ¡el vudú! Los cambios en sus países son tan lentos como desanimados por la indiferencia egoísta de unos y de otros. Y yo, con eso en mente, tengo que reflexionar sobre la suerte de un grupo de europeas, de españolas que encuentran escollos para ascender en sus carreras profesionales. Sí, a veces me aburren los temas de la mujer.
¿A qué me aferro para seguir? Egoístamente, a que tengo dos hijas brillantes -y no es pasión de madre- y les desearía mejor suerte que las de las generaciones precedentes, aunque no las tenga todas conmigo. También me aferro a una pequeña historia que he recordado otras veces, pero siempre me parece relevante, y tiene por protagonista a Menchu Ajamil, consultora de la ONU y presidenta de la asociación en la que entonces yo militaba. En la famosa cumbre de Pekín, donde tantos planes se hicieron para el desarrollo planetario de las mujeres, se rebelaba ella durante un taller de trabajo sobre las limitaciones profesionales de las occidentales. Se paró un momento, ante la mirada de una africana, pero esta no la observaba con reproche y, al contrario, le pidió que siguiera en una lucha que antes o después ayudaba a mejorar la suerte de las nacidas en otros horizontes.
Somos unas privilegiadas, sí, pero también reconozco que tenemos nuestros avances en continuo peligro y así seguiremos muchos años, hasta que la idea de la igualdad haya impregnado a toda la sociedad y la lucha por el ascenso, si vamos a lo profesional, se establezca en términos de capacidad y, por qué no decirlo, de astucia (me irritan las mujeres que parecen esperar sentaditas a que las saquen a bailar). Por el momento, cada vez que haya una crisis económica, como la que ahora ha traído la pandemia, seguiremos siendo las primeras en caer, sobre todo si elegimos concentramos en los sectores más feminizados o en las áreas de la empresa más prescindibles temporalmente. Y además seguiremos teniendo todas las de perder si no logramos un adecuado reparto de tareas y unos recursos al alcance de la mayoría que garantice el cuidado de niños y dependientes. Para escarnio nuestro, la presencia de mujeres en el Gobierno y en otras escalas de la administración no parece cambiar nada con verdadero realismo, o, incluso últimamente nos sorprenden con ideas estupefacientes. Y no entro ahora en más detalles. Pero ¿qué pasa con nuestro voto? ¿Por qué no hacerlo valer? ¿Dónde está la capacidad de presión de casi el cincuenta por ciento de la población trabajadora presente en toda la escala laboral?
¿Me estoy dirigiendo hoy a mujeres que aspiran al liderazgo o que ya tienen madera de líderes? Porque mal asunto si tengo que recordar que el liderazgo implica capacidad de riesgo, compromiso y arrastre, capacidad de convicción para que un equipo, un grupo, una sus fuerzas en favor de un objetivo. En la empresa y en la vida. Podemos luchar cada cual en solitario: buena suerte y a no llorar si se pierde. O, conociendo las dificultades que tenemos y nos esperan, podemos cruzar ideas entre nosotras, estrechar lazos aprovechando las asociaciones profesionales, los grupos de exalumnos/as universitarios o de escuelas de negocios, también crear otras plataformas de presión y reivindicación con la ayuda de las redes, que expandan nuestro poder, en el que a veces no creemos. Hay que pensar. Y actuar. En un momento de increíbles cambios, unas podrán bucear en estudios, documentos y libros para ofrecer ideas; otras podrán otear oportunidades en un horizonte vertiginoso; otras descubrir cómo mejorar la abundante legislación que a veces nos protege casi hasta la asfixia, pero que ni se controla ni se afina. Y ponerlo en común.
El momento, tengo que repetirlo, es decisivo porque las reglas de la economía y la empresa están cambiando de forma acelerada y con ella nuestras maneras y posibilidades de trabajar y, por supuesto, la estructura de la carrera profesional, los puestos de gestión y decisión: pensemos en cómo influirá el teletrabajo en todo eso y en nosotras y surfeemos la ola con seguridad, ya que muchas de las cualidades que los nuevos sistemas demandarán las poseemos, de manera innata o a la fuerza: flexibilidad jerárquica, rapidez de adaptación, pulso mediador, habilidad comunicativa…
Tenemos mucho que hacer. Y qué le vamos a hacer, como dirían los italianos: la guerra e bella ma incomoda.
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